A seis de cada diez familias cántabras les cuesta llegar a fin de mes... y al principio del mes siguiente, a este paso. Cuando los ingresos escasean el ahorro se resiente y nos cuesta afrontar el futuro inmediato. Y quien más lo padece sufre en sus carnes el no ser capaz de ver un futuro esperanzador.
Hace unos días leía en El Diario que el 53% de nuestros conciudadanos no ahorra, que el 86% ha congelado los gastos en los últimos tiempos, que un 7%, tan sólo, se ha podido ir de vacaciones en el verano pasado y que un 23% de los hogares tiene, al menos, a una persona en paro. Pero, para todos ellos lo peor es que sus expectativas no son nada halagüeñas pues el 41% piensa que su situación ha ido a peor y tan sólo un 4% siente que ha ido a mejor.
Días atrás en unas jornadas hablábamos de la Navidad, que está a la vuelta de la esquina: de cómo iba a ser, en cuanto a consumo y demanda. Mi percepción es que estas Navidades volveremos a tirar lo poco o mucho de casa que nos quede por la ventana de la necesidad de echarnos alguna alegría al cuerpo. A un cuerpo en algunos casos con llagas tras tantos meses de penurias. Cultural y antropológicamente nuestra sociedad está acostumbrada a pensar que en las fiestas navideñas no se puede tener miseria, ni propia ni ajena. No puede parecer que padecemos penurias, necesitamos creer en esa “magia” de la Navidad y somos capaces de hipotecar unos buenos manjares o unos regalos excesivos, sacados de contexto, para volver a padecer una cuesta, incuestionable, de enero, de febrero, de marzo y no sé así, hasta donde llegaremos. En Navidad queremos ser felices, comer perdices y todo cuanto se nos antoje, o se les antoje a los que dependen de nosotros. Luego, luego Dios dirá, que de sus fiestas se trata, algunos dirán.
De todos modos lo que no podemos hacer es congelar nuestro optimismo de que seremos capaces de salir adelante, con la ayuda o no de quienes nos gobiernan o mal gobiernan. Tampoco podemos permitirnos el lujo de meter la cabeza en la arena del conformismo o resguardarnos hasta que pase el chaparrón. Es tiempo de arrimar el hombro, unos con otros, y salir adelante. Y aunque luego los políticos de turno dirán que fue gracias a ellos, todos sabremos que el mérito habrá sido de todos y cada uno de los que, ante la crisis, apechugamos, nos esforzamos, nos ilusionamos y tiramos para adelante; que luego no se le olvide a nadie, por favor.
¿Y sabe qué le digo? Que sí, que le animo a que disfrute de todos los excesos de una buena Navidad (dos semanucas, tampoco pensemos que las Navidades duran todo el año), que abra muchos regalos, que los tiene merecidos, pero sobre todo, que se dé el mejor de todos los regalos, el de ser lo más razonablemente posible, feliz. Feliz Navidad.
Hace unos días leía en El Diario que el 53% de nuestros conciudadanos no ahorra, que el 86% ha congelado los gastos en los últimos tiempos, que un 7%, tan sólo, se ha podido ir de vacaciones en el verano pasado y que un 23% de los hogares tiene, al menos, a una persona en paro. Pero, para todos ellos lo peor es que sus expectativas no son nada halagüeñas pues el 41% piensa que su situación ha ido a peor y tan sólo un 4% siente que ha ido a mejor.
Días atrás en unas jornadas hablábamos de la Navidad, que está a la vuelta de la esquina: de cómo iba a ser, en cuanto a consumo y demanda. Mi percepción es que estas Navidades volveremos a tirar lo poco o mucho de casa que nos quede por la ventana de la necesidad de echarnos alguna alegría al cuerpo. A un cuerpo en algunos casos con llagas tras tantos meses de penurias. Cultural y antropológicamente nuestra sociedad está acostumbrada a pensar que en las fiestas navideñas no se puede tener miseria, ni propia ni ajena. No puede parecer que padecemos penurias, necesitamos creer en esa “magia” de la Navidad y somos capaces de hipotecar unos buenos manjares o unos regalos excesivos, sacados de contexto, para volver a padecer una cuesta, incuestionable, de enero, de febrero, de marzo y no sé así, hasta donde llegaremos. En Navidad queremos ser felices, comer perdices y todo cuanto se nos antoje, o se les antoje a los que dependen de nosotros. Luego, luego Dios dirá, que de sus fiestas se trata, algunos dirán.
De todos modos lo que no podemos hacer es congelar nuestro optimismo de que seremos capaces de salir adelante, con la ayuda o no de quienes nos gobiernan o mal gobiernan. Tampoco podemos permitirnos el lujo de meter la cabeza en la arena del conformismo o resguardarnos hasta que pase el chaparrón. Es tiempo de arrimar el hombro, unos con otros, y salir adelante. Y aunque luego los políticos de turno dirán que fue gracias a ellos, todos sabremos que el mérito habrá sido de todos y cada uno de los que, ante la crisis, apechugamos, nos esforzamos, nos ilusionamos y tiramos para adelante; que luego no se le olvide a nadie, por favor.
¿Y sabe qué le digo? Que sí, que le animo a que disfrute de todos los excesos de una buena Navidad (dos semanucas, tampoco pensemos que las Navidades duran todo el año), que abra muchos regalos, que los tiene merecidos, pero sobre todo, que se dé el mejor de todos los regalos, el de ser lo más razonablemente posible, feliz. Feliz Navidad.
muy cierto, así va a ser
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