En las pasadas Navidades me ha llamado la atención un fenómeno que hace tiempo vengo observando: la vida está muy cara, pero sobre todo en afectos, en muestras de cariño. ¿Qué nos hemos hecho unos a otros para merecer esto?
Los convencionalismos sociales, que en este caso son bienvenidos, nos animan a saludar con mayor o menor efusividad en función del afecto que nos una con una persona. Besos y abrazos son muestras de cariño y si no lo son, si son ortopédicos, somos capaces de percibirlo y en ese caso nos pueden generar rechazo. Ahora bien, cuando los afectos son sinceros ¿qué nos limita a ser expresivos en ellos? ¿La supuesta debilidad trasnochada del que no es un macho ibérico? ¿El pensamiento enrevesado de que existe una intencionalidad distinta de la evidente? ¿Que nos perciban como más “fáciles” o débiles por nuestra emocionalidad? Sinceramente me cuesta pensar en qué nos puede impedir algo así.
Me decía días atrás una persona muy querida por mí al abrazarla y desearla unas Felices Navidades: “Lo siento Antonio, es que yo no soy muy de abrazos”. La neurología cada vez tiene más evidencias que demuestran que como seres emocionales, más que animales racionales, necesitamos el contacto físico, el beso, la caricia, el abrazo y, cómo no, la sonrisa auténtica y afectuosa. Es de cajón que nuestra psique quiere lo que nosotros queremos y siente con todo el sentimiento que nuestra educación, nuestras experiencias y el afecto recibido en el pasado nos permiten.
Hay además todo un catálogo de comportamientos artificiales en el mundo de los saludos; los estrechamiento de manos por puro compromiso, las manos flácidas que parece que sólo sirven para restregarse en otras manos, los besos al aire, las caras, sobre todo femeninas, en las que prima más el maquillaje exterior que el interior, los abrazos sonoros, casi siempre masculinos y cargados de artificio. Con lo fácil y sencillo que es dar un buen abrazo, cuando se siente, un abrazo de calor y color o un beso sentido en labios que transmiten lo que nuestro corazón nos dicta.
No rechacemos nunca un abrazo sincero, cualquier muestra de cariño o de afecto que se entregue sin resquicios. Dejemos impregnarnos por la riqueza emocional de los demás pues en afectos, cuanto más duros nos hagamos, al final más blandos y más frágiles seremos. Y más vulnerables a las descargas emocionales negativas, las que nos hacen enfermar y percibir la vida como una tortura y no como un espacio para la relación satisfactoria que es lo que usted, yo y todos buscamos. Y quienes menos dicen necesitarlo, son los que, en el fondo, más carecen de ello.
Besos y abrazos a todos y cada uno de ustedes.
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