Uno de los aspectos que más nos desmerecen en comparación con los países de nuestro entorno es el de nuestra baja productividad. En este sentido habría mucho que hablar sobre nuestro grado de empleabilidad y la aplicación de nuestros propios recursos humanos en el trabajo productivo en las empresas. Dentro de estas las hay más o menos productivas en función del grado de salud de las mismas. Las hay más sanas y las hay más enfermas y creo que usted y yo tenemos claro cuáles serán las que mejor afronten estos tiempos de virtuosismo empresarial.
Sí señor, tenemos empresas enfermas. Y de entre todas las razones que llego a distinguir para poder diagnosticar, con toda humildad, a una empresa como enferma encuentro tres síntomas que permiten medir su grado de enfermedad.
El primero de ellos es la rutina que padecen quienes trabajan en empresas con esta enfermedad. La rutina convierte la imaginación y la creatividad en pasto de las llamas del más de lo mismo. La rutina nos embrutece, hace que nuestras capacidades productivas funcionen al ralentí, no hay estímulos, todo es igual que ayer y el fruto de nuestros esfuerzos se limita al cobro de la nómina del mes correspondiente, no hay mayor gratificación. Dicen los expertos que cerca de un 50% de nuestro tiempo de trabajo es rutinario, y cuanto mayor sea más se limitará la creación de valor en la empresa. Más aún cuando el imperativo de hoy es hacer las cosas diferentes para poder diferenciarnos de nuestra competencia y que el cliente reconozca ese valor y pague por ello.
Un síntoma más complejo y que requiere un tratamiento más de choque para poder solventar sus efectos es el de la “departamentalitis”. Adam Smith destacó las ventajas del trabajo especializado, en cadena, pero su extremo puede llevar a la extremaunción de las empresas. La “departamentalitis” no es otra cosa que el hecho de que en una empresa, que responde al mercado bajo el paraguas de una misma marca, de una misma enseña, actúe internamente en compartimentos estancos. Compartimentos independientes unos de otros de modo que las sinergias, los beneficios de compartir esfuerzos, se ven anulados por áreas que en base a sus cuotas de poder o a sus personalismos prefieren navegar en solitario, frente al bien común del conjunto de la propia empresa.
El tercer síntoma es el del “siempre se hizo así”, es el eslogan del inmovilismo más extenuante, el de la aceptación de que cualquier tiempo futuro nunca será mejor que el pasado. Este síntoma está muy ligado a otro menos dañino, pero no por ello igual de común, que es el de “si te mueves no sales en la foto”, también de gran repercusión en el inmovilismo de muchas de las acciones de omisión que brillan en el universo empresarial. En ocasiones comento que si prevaleciera el “siempre se hizo así” estaríamos admirando al inventor de la rueda cuadrada destacando lo bien que rueda y se desplaza. Cuando este síntoma es agudo lo del I+D+i es un insulto a la propia tradición de los modos de actuación de toda la vida, de los que siempre han imperado y que nadie que no quiera salir en la foto puede atreverse a cambiar.
Estoy convencido de que todos los empleados o empleadores que reconozcamos estos síntomas en nuestras empresas al menos tendremos un punto a nuestro favor: reconoceremos nuestro grado de enfermedad y podremos empezar a poner el remedio con procesos de trabajo innovadores. Aprendiendo a formarnos en mayores y mejores habilidades en nuestros desempeños laborales, en el primer caso de los síntomas; con el aprendizaje de las ventajas del trabajo en equipo (sin personalismos) en el segundo, y con el premio e incentivo a que las personas que quieren aplicar procesos de innovación en sus empresas sean valoradas y reconocidas independientemente de los éxitos o de los fracasos que obtengan, valorando el intento, más que el propio resultado que se haya conseguido.
Son muchas las personas que día a día me comentan de las ventajas de la crisis que hemos padecido, en el sentido de que permitirá pulir, mejorar y sanear la actividad productiva de nuestras empresas y el valor y reconocimiento de quienes trabajamos en ellas. Lamentablemente las crisis traen consigo el lastre del desempleo, de los recursos ociosos que como sociedad no estamos dispuestos a pagar pues ya nos han dejado de aportar el valor que antaño le reconocíamos. Esto es duro, muy duro. Pero si queremos mejorar de las enfermedades, de los virus que estamos padeciendo como sociedad en general, y como empresas en particular, no nos queda más remedio que potenciar todo lo que hacemos bien y reconocer lo que hacemos no tan bien como primer paso para poder resolver este marasmo productivo, empresarial, de consumo y social que ahora estamos viviendo. ¡A su salud!
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