Muchos de nosotros, ante noticias tan alarmantes como las que traen consigo los atentados terroristas, los asesinatos, la pederastia o los conflictos raciales, religiosos e ideológicos, podemos pensar que estamos ante una sociedad enferma, ante un modo de vida que tiene poco de ésta y mucho de destrucción y de desolación; no nos faltaría razón. Pero mis años, que van sumando, me retrotraen a una época, cuarenta años atrás, en la que había un periódico, El Caso, al que se hacía mucho caso, tanto por los miles que lo leían como por las decenas que daban para llenar sus páginas. El caso es que aquella realidad vista con un prisma lo más objetivo posible, no era tan distinta, en el fondo aunque no en las formas, de la de ahora. Sinceramente creo que, como sociedad y tomando como base el comportamiento de los extremos que siempre la han distinguido, malamente, no hay mucha diferencia entre entonces y hoy.
Sucede que hace cuarenta o cincuenta años nuestra España estaba asentada con toda su población debidamente diseminada. La vida se repartía entre el campo y la ciudad y los hechos luctuosos o criminales aparecían como pequeños destellos en pueblos en los que, hasta entonces, el resto de los ciudadanos nunca había reparado. Tras ese fogonazo el pueblo en cuestión volvía a sumirse, de nuevo, en el anonimato de su normalidad rural y desconocida. Las grandes ciudades no eran tan grandes como lo son en la actualidad. Fíjese, a día de hoy hay catorce ciudades en España que superan la cifra de 300.000 habitantes; urbes lo suficientemente grandes como para que en ellas se pueda acoger todo lo bueno y todo lo malo de una sociedad en cantidad importante como para que sea digno de destacar en cualquier telediario.
Hoy nos concentramos en torno a grandes urbes; el centro de España, como en lo político, se ha despoblado. La gran mayoría vivimos pegados a una costa que suaviza la vida y proporciona importantes ingresos turísticos, mientras que el centro, salvo el oasis capitalino, se vacía de todo lo bueno y, también, de todo lo malo.
Nuestros actuales tiempos no son tan desmerecidos de otros anteriores y si queremos ir a mejor el único camino contra los males sociales es la educación, la cultura y el cultivo de los sanos afectos.
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