La vieja canción infantil de las tumbas, sin querer ser aguafiestas, se va a tener que cambiar por esta otra: “Déficits por aquí, déficits por allá, déficits, déficits, ja, ja, ja”. Igual pero sin las risas, porque la seriedad del tema no lo permite. Casi todas las Comunidades Autónomas de nuevo cuño político se están estrenando anunciando que además de vacía, la caja común está llena de agujeros y que tardaremos años en remendarlo. Hay una parte de verdad y otra de interés en que el punto de arranque de los nuevos gobernantes sea más que malo para más adelante venderlo como éxito propio, desde lo mal que estábamos. Lo cierto es que con algunas Cajas intervenidas, otras protegidas y las telarañas de las arcas públicas, podemos convenir que la gestión que se ha hecho de los dineros de todos ha sido pésima, continuista en la gestión de la abundancia en la escasez y con dineros no invertidos sino malgastados en prebendas, lujos innecesarios, extensas nóminas no necesarias y gastos de difícil justificación.
Si bien es cierto que la situación económica de los últimos cuatro años no ha sido para tirar cohetes, lo que no es menos cierto es que nuestros pobres gestores de la cosa pública nos han empobrecido a todos y el sacrosanto estado del bienestar vamos a tener que reconvertirlo en bientrabajar.
El estado del bienestar conceptualmente es el ideal máximo al que debemos aspirar como sociedad, sin duda; pero ¿quién paga ese bienestar? ¿Quién lo soporta? ¿Con el dinero de quién? ¿De dónde sale ese dinero que permite garantizar el bienestar? Pensiones, educación, sanidad, infraestructuras, seguridad, todo ello nos facilita el bienestar pero eso lo tenemos que pagar entre todos, pues todos somos los que conformamos el Estado. No es un ente abstracto, usted y yo somos parte de ese Estado y aquí o jugamos todos, mejor dicho o trabajamos todos, o rompemos la baraja del bienestar. Cuando desde determinadas instituciones y opciones políticas se reclaman más derechos, más coberturas sociales (que todos las queremos, yo el primero), lo que debemos pensar es: sí, pero con qué recursos y, por favor, no volvamos al triste recurso de los ricos. Si un Estado no favorece el libre mercado, el enriquecimiento de quien trabaja mejor o piensa mejor, llegaremos al buró político-social de las deseconomías del comunismo que nunca ha funcionado, pues es común para todos menos para las clases dirigentes que son las menos comunes de todas. El Estado, a quienes más ganan, tiene que detraerles parte de sus recursos para redistribuirlo entre los más desfavorecidos, pero siempre dando una de cal y otra de arena. Si vienen varias seguidas de cal, esos, los que más ganan, se irán a ganarlo a otro lugar que más convenga o simplemente lo guardarán debajo del ladrillo a esperar tiempos mejores. Así todos nos empobrecemos y los que peor lo pasan, entonces, son los que menos tienen; puede estar seguro.
Luego, si el Estado tiene que redistribuir la riqueza que impone a sus ciudadanos y estamos de acuerdo en que tiene que ser así, lo que no podemos permitir es que la gestión de los dineros públicos se haga pensando más en el beneficio de la clase gestora que en el de los administrados; eso es imperdonable y los llamados “mercados” así actúan: no perdonan la mala gestión de la cosa pública.
¿Qué tenemos que hacer? Reconocer que vamos a un estado del cuasi bienestar y que para que no lleguemos al estado del malestar, tenemos que bientrabajar y ser conscientes de que ahora toca esforzarnos más para conseguir un poco menos y mientras no seamos más eficientes no podremos conseguirlo.
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