A comienzos de este año les escribía a todos mis amigos y clientes un pequeño texto en el que trasladaba todos mis deseos para el 2012 y decía:
¿Qué le pido al Nuevo Año? No le pido nada, no espero nada, eso sí le ofrezco lo siguiente:
1. Esfuerzo, para tener más y mejor trabajo.
2. Imaginación, para crear nuevas oportunidades.
3. Una posición amigable con los demás, para facilitar relaciones positivas y duraderas.
4. Confianza en mí y en los demás, para generar más confianza (de lo que estamos muy necesitados).
5. Optimismo, para esperar mejores cosas del futuro que del pasado.
6. Emociones, para seguir enriqueciéndome y enriqueciendo a los demás.
7. Sacrificio, para cuando las cosas se ponen difíciles.
8. Estímulos, para superar las etapas que me lleven a la meta.
9. Humildad, para seguir creyendo que no soy lo suficientemente bueno y capaz en lo que hago.
10. Generosidad, para no tener nunca que esperar a dar para recibir y
11. Esperanza, para creer que lo mejor siempre está por llegar.
Estos 11 compromisos le ofrezco al 2012 y, por supuesto, también a ti”.
Quizá nos hemos acostumbrado, o nos han acostumbrado, a que tenemos que ser demandantes, peticionarios, exigentes, etc. Pero no nos damos cuenta de que para poder recoger antes hay que sembrar, para poder recibir uno tiene que dar, de otro modo no suele ser posible y este “cuento” yo soy el primero que se lo tiene que aplicar.
El maná, desde los tiempos bíblicos, nunca ha vuelto a caer del cielo y todo lo que es gratis al final cuesta más de lo que pensábamos o tenía una intencionalidad perversa para cobrar peaje por otros medios.
Y usted pensará ¿a qué viene todo esto? Pues viene a que quiero defender la cultura del esfuerzo, de la dedicación, del trabajo para conseguir un resultado; viene porque creemos que por nacer en un estado del bienestar (últimamente más del bienestoy y menos del bienestás) somos acreedores de todo tipo de derechos y ninguna obligación. Muchos expertos en pedagogía, casi todos los educadores y muchos padres de familia, estamos convencidos de que se ha propiciado alguna que otra generación de personas hiper protegidas, con la tarjeta de crédito repleta de derechos sin obligaciones y en donde todo o casi todo era gratis (se pide, se extiende la mano y se obtiene) y este es un caldo de cultivo muy peligroso, sobre todo para los tiempos que corren.
Prefiero pensar que debemos inculcar en nuestros vástagos la cultura del esfuerzo, del premio a la consecución de un logro, de aportar trabajo y esfuerzo para conseguir lo que se desea. Como decía la serie de televisión de los años 80, “la fama cuesta”, y generalmente todo lo que tiene valor, más bien a lo que se lo hemos dado (un objeto, una relación personal, un anhelo), nos suele costar algo. Las cuestas cuestan porque cuestan y cuando uno llega a la cima con esfuerzo, la satisfacción es grande; somos seres que valoramos la contraprestación, la remuneración del esfuerzo. Ya sabemos, a caballo regalado no le solemos mirar el diente.
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