Hace tiempo que nos vienen anunciando que se van a adelantar las campañas de prevención sobre el consumo de drogas y alcohol a los niños de nueve y diez años. ¿No es un poco exagerada tanta antelación en la concienciación? Pues no; es espeluznante, pero parece que no. Sinceramente no sé cómo no se nos cae la vergüenza al conocer los datos sobre consumo de drogas y alcohol en cuerpos a medio hacer y en mentes que no saben qué mejor hacer. Los datos son perversos: más de medio millón de jóvenes entre 14 y 18 años se emborrachan todos los fines de semana, y casi un tercio de todos estos chavales han consumido cannabis en el último año. Es más, muchos de ellos lamentan las consecuencias violentas de sus borracheras o el haber mantenido relaciones sexuales que de otro modo ni se habrían planteado.
Con tantas menudencias por las que nos rasgamos las vestiduras a diario... y no somos capaces de movilizarnos, aunque sólo sea para pensar en qué hacemos mal como sociedad para que esto siga sucediendo cada vez a edades más tempranas. Ningún padre está libre de que sus hijos se lleguen a pasear por esos derroteros ( y yo el primero), pero debemos cuestionarnos que algo hacemos mal: el tiempo que (no) dedicamos a nuestros hijos, la falta de estímulos sociales que suplan la necesidad de emborracharse o de drogarse para ser lo que de otro modo no se atreven a ser. ¿Por qué no enseñamos a nuestros hijos a que uno se puede desinhibir sin la necesidad de drogas o de alcohol? ¿Por qué no dejamos de discutir tanto sobre políticas y el arte de los políticos para confundir a propios y extraños y nos dedicamos a debatir sobre el estilo de sociedad que queremos? ¿Por qué no preguntamos a los chavales qué les incita a beber, qué carencias tienen en sus vidas para necesitar recurrir a sustancias que adulteren su vida real? Nuestros gobernantes debieran de actuar consultando a la psicología y a la sociología modernas el porqué de estos comportamientos y las alternativas o soluciones que se deben habilitar para solucionarlos.
La realidad es que cuando somos jóvenes lo que más deseamos es ser aceptados, ser capaces de gustar a otros y en especial a ese “otr@” por quien estamos interesados. Muchos estudios constatan que prácticamente el 98% de los jóvenes que toman las calles todos los fines de semana lo hacen con la intención de “encontrar”, en un proceso continuo de búsqueda que, para algunos, nunca llega a terminar del todo. El problema surge cuando no tenemos la valentía, osadía o personalidad suficientes como para mostrarnos al mundo tal como somos, con nuestras maravillas e imperfecciones. Los jóvenes (y no tan jóvenes) se tienen que debatir entre el mundo ideal de los “triunfadores” de revistas y programas de TV y el mundo de todos los días con el que el 99,9% de los humanos tenemos que convivir.
¿Qué sociedad queremos para nuestros hijos? Como padres tenemos la mayor parte de la responsabilidad sobre el modo de proceder de nuestros hijos pero el entorno, desde la más estricta protección de las libertades, debe favorecer que los jóvenes en su proceso de búsqueda continua por conocer a “esa” persona o por darse a conocer, lo puedan hacer conscientes, no adulterados, libres, con sus cualidades plenas y disfrutando cada momento sin vergüenzas, temores, ansiedades, inseguridades y timideces que son el caldo de cultivo perfecto para que germinen todas estas sustancias distorsionadoras de la realidad.
Una infancia plena de buenas emociones y una juventud cargada de estímulos y retos por conseguir nos permitirán que el resto de nuestra vida no esté limitada por falta de afectos o exceso de artificios que limiten la felicidad que todos queremos y merecemos.
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