Luz Casal nos ofrecía, años atrás, “Un año de amor”. Dado que estamos a comienzos de un nuevo año y salvando las inmensas diferencias, yo quisiera también cantar por un Año de Amor, de amor y pasión por el trabajo bien hecho, y por las personas con las que nos relacionamos en todos los aspectos de nuestras vidas. Amor por todo lo que hacemos, a lo que nos dedicamos.
Como tengo la suerte de compartir mis ideas con usted y con otras personas de manera presencial, últimamente tengo la costumbre de preguntar, a todos los afortunados que tienen un trabajo: “Y usted ¿cómo considera que hace su trabajo?” La respuesta, casi siempre es: “Bien”. Claro, esta bondad, a secas, de nuestro trabajo, en estos tiempos, es condición necesaria, pero no suficiente para tener éxito en nuestro desempeño profesional. Como consumidores, compradores o usuarios de un servicio estamos dispuestos a pagar el precio justo de aquello que precisamos, pero lo adquiriremos allí donde percibamos implicación, compromiso, en suma, amor por lo que se hace. No, hacerlo sólo “bien” ya no es suficiente, tenemos que hacer nuestras tareas entre “muy bien” y “excelente”. Todo lo que esté por debajo de esos niveles el mercado lo rechazará y sólo lo aceptará si el precio, el reducido precio, lo justifica o la obligatoriedad, casi siempre de lo público, así lo exige.
Quizá al leer estas torpes palabras piense que me refiero sólo a la actividad comercial de quien presta el servicio y no, no es sólo así. El valor de lo que hacemos no es sólo de las personas que están en primera línea de “juego” con otras personas. Tanto en empresas como en instituciones todos estamos entrelazados, como las multimillonarias sinapsis de nuestros neuronales pensamientos, todo tiene que ver con todo. Usted operario, funcionario, comerciante, profesional de la sanidad, contable, vendedor, directivo, am@ de casa o educador, todos los que producimos y generamos valor estamos obligados a la excelencia en nuestros desempeños, a dedicarnos en cuerpo y alma y con pasión a aquello que nos permite ganarnos las habichuelas y además sirve de forja para nuestra satisfacción y profesionalidad.
¿No es cierto que tenemos que trabajar para vivir? Esa es nuestra maldición bíblica al expulsarnos del paraíso de la abundancia hacia el infierno de la escasez. ¿No es cierto que debemos dedicar buena parte de nuestra existencia al trabajo? Pues mire, si lo hacemos con pasión, con implicación, con compromiso y por supuesto con todos los parabienes de la legalidad y de nuestros derechos como trabajadores, si así lo hacemos, conseguiremos, además de beneficiar a otros con nuestras interacciones, la excelencia en el trabajo: que el trabajo deje de ser un trabajo.
En el fondo, y en la superficie, nos merece la pena. Creo que es mejor que el tiempo de trabajo sea satisfactorio a que sea una tortura, la nuestra y la de todos los que nos rodean. Prefiero un año de amor... por lo que hago y por lo que soy.
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